Glorieta de Neptuno


 En el corazón de Madrid, donde las avenidas se cruzan como antiguos caminos de un imperio, se abre un círculo de historia y rumor de agua: la Glorieta de Neptuno.

Allí, como un guardián eterno, se alza el dios de los mares, esculpido en mármol blanco, sobre un carro tirado por caballos marinos. Su tridente apunta al cielo, y de su entorno brotan chorros cristalinos que parecen susurrar historias de otro tiempo.

Esta fuente, obra de Juan Pascual de Mena en el siglo XVIII, no fue erigida solo para adornar la ciudad, sino para hablar de poder y belleza, de una corte ilustrada que quiso embellecer su capital con símbolos de la mitología clásica.
Neptuno —hermano de Júpiter, señor de los océanos— fue elegido como emblema de fuerza y equilibrio, como si Madrid, aunque lejos del mar, reclamara un reino también sobre las aguas.

A su alrededor, el Paseo del Prado se extiende con árboles centenarios, museos majestuosos y hoteles de época como el Hotel Palace Madrid y el Hotel Ritz Madrid, que han visto pasar reyes, artistas, escritores y viajeros de todos los rincones del mundo. El murmullo de los coches se mezcla con el eco de siglos pasados, y la fuente sigue allí, impasible, como si el tiempo girara en torno a ella.

Pero no todo es solemnidad: Neptuno también vibra con la pasión de su pueblo. Cuando el Club Atlético de Madrid conquista una victoria, las bufandas rojiblancas cubren la glorieta como olas de júbilo. El dios marino se convierte entonces en cómplice de una fiesta popular, coronado simbólicamente como uno de los suyos.

Y cuando cae la noche, las luces acarician el mármol, el agua brilla como si fuera plata líquida, y Neptuno observa, sereno, la danza constante de la ciudad. Madrid duerme, pero la fuente permanece despierta, guardando sus secretos en el rumor del agua.

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